primera semana de diciembre
hacía quince días que no tenía un desayuno tranquilo. Que no tenía que salir corriendo por la puerta, robando unos minutos a cosas prescindibles y placenteras, esas que te alegran el día, para tener la sensación que tenía más tiempo por la mañana, que tenía más tiempo por delante, que a lo mejor podía perder un poco el tiempo a lo largo de la mañana leyendo blogs o yo que sé. A veces cinco minutos por la mañana pueden ser el filo entre mi buen humor y mi mal humor.
He dejado de escribir estos días por falta de tiempo, falta de ganas y falta de temas. El viernes pasado volviendo a Coruña con D. dijo que iba a dejar de quejarse. Me pareció bien. Dejar de lamentarse, quitarse esa sensación de mártires. Superar esta situación. Y claro, me quedé sin que escribir. Patético.
El fin de semana pasado fue de traca, pero el trabajo bien hecho por lo menos me reconforta. Esta semana se suponía que iba a coger vacaciones. Pero he acabado trabajando hasta el viernes por la tarde hasta las tantas. Han saltado temas que estaban durmiendo el sueño de los justos.
Por lo menos me voy con todo más o menos atado. Pero no creo que me separe de esa sensación ocasional cuando suena el móvil, será de la oficina, será que hay que volver, será algo que he hecho mal, será un disgusto. Hay veces que el tonopolitono del móvil me angustia.
Tango diez días por delante, en parte ya cubiertos mentalmente con planes apetecibles.
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