me siento a escribir
Antes de quedarme enterrado en mis vacaciones. No se ha terminado la agonía del trabajo porque va a colear durante unas semanas más. El famoso trabajo que llama trabajo. La exposición salió bien. El señoroscuro nos felicitó. Y la tormenta anunciada quedó anulada por el buen carácter de las personas. Al final tampoco había por qué ponerse así. Aunque yo me quedo con las ganas de hacer alguna pregunta. Pero ante el riesgo de levantar nuevas suspicacias, meter la pata o cometer cualquier impertinencia, me muerdo la lengua.
Sí he asistido a una clara muestra de pérdida de valor, de capacidad de decisión, de lo público. Esta semana han retenido a un técnico en un ayuntamiento. Podemos quejarnos de que lo público en este país no tiene unas directrices de ordenación del territorio. Pero cuando tienes la posibilidad de ver detrás de la portada del periódico, detrás de los intereses más obtusamente locales, detrás ves cómo ante la manipulación, ante la masa hecha furor, lo público ha retrocedido. Es posible que en algunos casos pueda ser positivo, pero en otros momentos es nefasto. Y más cuando la gente se convierte en masa. Es triste. Y he de quitarme el sombrero ante algunos técnicos de lo público.
El otro momento álgido de la semana ha sido la visita que nos ha hecho el jefe. Cuanto honor. Cuanta felicidad. Qué vuelta a lo mismo de siempre pero con renovadas fuerzas. Nos regaló un nuevo e impagable catálogo de frases paragrabarenpiedra o directarasalaposteridad. Cómo no se nos va a revolver el estómago, cómo no pensar que después de tocar el paraíso de la tranquilidad las cosas no van a poder ser lo mismo cuando vuelva definitivamente. Cómo... (diositodemivida ahora sí que necesito la privimitiva esa, la de los milqui millones, anda plis)
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