el filo
Justo antes de cenar me ha llamado M. Salía del curro y estaba muy jodida. Tiene por jefe a un capullo, por partida doble, porque antes era un amigo. Las pequeñas puñetas que van minando la moral. Que te comen por dentro y te van anulando.
Poco después M. Los cambios que pueden ser por ahora no le preocupan. Veremos.
Muchas veces tengo la sensación que las circunstancias del trabajo, los problemas, lo que hay que hacer, sumado a tu propia vida, lo que de verdad es tu vida, son piezas que a veces tienen buen acomodo y a veces no. Me he sentido afortunado por los muchos problemas que han acabado encontrando su solución. Aunque hay veces que hay que tensar la cuerda, que forzar la postura, que tragar bilis, que huir hacia delante. Pero al final las cosas acaban encontrando su sitio, como buenamente pueden.
Pero hoy me he sentido como si llevase varios días caminando por el filo, sin saberlo. Y sólo cuando ha habido un amago de empujón, he sentido el vértigo del vacío. De la posibilidad que no hubiese solución. Pero sólo ha sido momentáneo. Sin angustia. O por lo menos he conseguido que sólo sea un pequeño zumbido que tengo dentro, pero consigo que no me moleste demasiado.
Sí. Me empieza a dar igual. No sé si madurar es lograr una mayor resistencia a las hostilidades del exterior.
Después de cenar he zapeado, y he visto un video de Deacon Blue, Fergus sing the blues, creo. Yo escuchaba esta canción con catorce o dieciséis. En una mañana de domingo, de invierno, con la hierba mojada y un jersey de cuello vuelto. Luego he echado de menos un nuevo disco de Saint Etienne.
Me he bajado a las Cocorosie. Son una delicia.
Se espera y desea un buen fin de semana, a todos. Y a M. que se va a las italias, buen viaje.
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